Covadonga,el auto,no el restaurante

En el cole,las primeras exposiciones son todo un evento,ya sean en un metro olvidado,ya sean en la azotea de uno de los maestros.
La cuestión es exponer,revelarse,mostrarse ,que los demás nos vean vulnerables,poderosos y encuerados.Somos en ese momento,chicos de menos de 20,muy idealistas(siempre idealistas aún teniendo 26),con una idea romántica del arte causada por ver muchas cintas sobre Toulouse Lautrec,Van Gogh,Modigliani,dónde uno se olvida que está viendo a Andy García interpretando al pintor de los figurines delgaditos.
Total,inflamado por el amor al arte y por éstas pelis-clichés,uno acepta exponer donde sea.
Situación que trae una avalancha de sucesos no previstos.
En primer semestre de Bellas Artes,nos tocó exponer en una casa de la cultura.Aquí no hay nada raro ya que éstos sitios son blancos perfectos de los profes.pero todo cambia cuando el sitio está situado en la punta de uno de esos cerros que se ven al entrar o salir del DF cuando se toman vacaciones.
En ese tiempo el auto familiar era un compacto gris,créanme,ésta explicación les servirá después.
Mi abuela (o también llamada mamá),mis padres y yo,viajamos hasta el cerrito en cuestión para aplaudir en la inauguración del evento.Al llegar,encontramos una antigua casona digna de ser locación de una peli de monstruos del Santo.
Adentro no había nadie a la vista.y sólo hasta después de muchos "holas",mi maestro de grabado apareció por uno de los pasillos,estaba decorando la ofrenda,ya que,olvidé decirlo,era una expo temática de día de muertos.
Pasó a mi familia a un cuartito donde había otros parroquianos desconcertados mientras yo partí a explorar.Encontré un jardín salvaje en el patio de atrás y me senté en una piedra con forma de tortuga.Esperé,esperé y esperé,hasta que un hueso de durazno me dió en la pierna.
Trepados en una casa del ábol antiquísima,un grupo de chicos y chicas salían de su escondite y me lanzaban huesitos.Reconocí sus caras de la escuela y uno de ellos se descolgó rápido(era mi amigo el asceta).En cuanto pisó la tierra,se desató un aguacero tremendo que nos llevó corriendo hacia la casona.Mis amigas habían llegado,entre ellas se encontraba Raguna (la enana adorable de Grass),así que pegadas a la multitud desconcertada,esperamos la llegada del mesías o algún evento similar.
Nada pasó.
Una manita me jaló hacia atras y me arrastró hacia la calle y hacia el chaparrón.Mi amigo el asceta,el mago,se destacaba contra la penumbra de la lluvia.todo teutón,todo pálido y todo taciturno,estaba rodeado de colegas del cole.Se pasaban un botellón misterioso que pronto descubrí contenía pulque.Bebimos y se nos quitó el frío.
Sin mesías recién llegado,sin mayores acontecimientos y sin mucha gente,la expo se inauguró tarde.
Era hora de volver a casa.El chaparrón aún continuaba azotando, así que sin saber como íbamos a caber,corrimos como monigotes hacia el auto.Fuera de él comenzó la trifulca por los lugares.
Al final,uno encima del otro,cual auto sardina o auto de payasos,comenzamos a desplazarnos muy lento.
Me sentí en el Covadonga,en ése auto genial de Isabel Allende y de su casa de los espíritus,un vehículo que desafiaba toda ley de resistencia,gravedad o lógica.Sólo nos faltaba una matatena enorme para poder detenernos.
Por fortuna(y tragedia)ya no hay trenes pasando por acá,así que nadie salió lastimado y después de los 50 km por hora que tuvimos que aguantar,llegamos a zonas conocidas.
Bajé del Covadonga sintiendo cosquilleo en las piernas,con un brazo entumido y el cuello chueco.
Tuve la sensación de haber atravesado un evento singular,digno de Clara Clarividente y de Rosa,con su cabello verde de sirena y sus bordados fantásticos.
En la gran casa de la esquina,todas las luces estaban encendida para recibirnos.

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