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Mostrando entradas de abril, 2022

Los monstruos

En la noche salían los monstruos. Seres llenos de pelo erizado, con grandes ojos rojos y garras afiladas. Acechaban sigilosamente las casas del pueblo, caminando en cuatro patas, buscando a sus presas. Lucía casi podía escucharlos fuera de su ventana, olfateando con sus narices húmedas por cualquier indicio de vida. Asustada, se metía bajo las cobijas tibias y reconfortantes, buscando el alivio, tratando de dormir. Algunas noches lo lograba, otras no. Por la mañana el pueblo se veía diferente, vivo y vibrante, la gente yendo a hacer sus mandados, riendo como si nada. Pero ellos eran adultos y no tenían nada qué temer. Los monstruos solo se llevaban a las niñas pequeñas como ella. Eso le habían dicho siempre en su casa. Por eso la noche para ella se transformaba en algo distinto, misterioso, insondable. Porque detrás de todo el miedo que Lucía sentía, también tenía curiosidad. Y había noches en las que salía de la protección de sus mantas e iba a asomarse a la ventana. Todo lo que veía

Alma

A Alma le gustaba mucho el pueblo donde creció. Era un paraíso salvaje, lleno de vegetación y aves tropicales que te despertaban cantando antes de que saliera el sol. En verano el calor casi insoportable, hacía que ella y sus hermanos se lanzaran como bombas a la laguna. Eran 5 niños tostados y sonrientes, nadando y jugando. Su abuela los llamaba para comer a la hora que regresaba de la playa, ya cuando había terminado de vender sus cocos a los turistas. Les preparaba gorditas de nata en el anafre y calentaba los frijoles. Alma siempre se quedaba con hambre, porque su familia era grande y la masa era poca. Todas las tardes se escapaba a la zona de los hoteles, y como quien no quiere la cosa se acercaba a las mesas de los restaurantes que daban al mar, las que ya estaban vacías. Sin que nadie la viera metía un pan a su bolsa o le daba una probada a lo que quedaba en los platos. En ocasiones los turistas gringos le daban dulces o dinero y le hablaban en un idioma que ella no conocía pero

Tarde

(Ejercicio en tercera persona) Por tercera vez en la semana llegó corriendo a la escuela. Fuera de ella, solo quedaban algunos vendedores ambulantes y el viejo intendente barriendo papeles y hojas.  Adrián lo saludó con la cabeza antes de entrar como una ráfaga por el portón de la secundaria. No paró de correr hasta que llegó a su salón en el segundo piso, donde ya todos estaban tomando la primera clase y se volvieron a mirarlo hasta que se sentó en su asiento. Tenía el cabello revuelto y la camisa se le pegaba al cuerpo por el sudor. En la banca de junto, su mejor amigo, Luis, le pasó su cuaderno para que se pusiera al corriente. Aún jadeando por el esfuerzo, Adrián trató de concentrarse.  - Casi no llegas de nuevo- se rió Luis - No sonó la alarma- Adrián también sonrió, ya se estaba sintiendo más relajado y extendió sus largas piernas hacia el pasillo, estirándose, aprovechando que el maestro no miraba. - ¿Vamos a jugar a mi casa después?- Luis lo miraba como siempre, con un cariño s