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Mostrando entradas de mayo, 2022

El lector

Yo a usted la amo. Tardo mucho en darme cuenta de las cosas más obvias, lo sé y le pido una disculpa.  Mi rutina de todos los días siempre la incluye, eso sí. Me levanto a eso de las 8, me baño, me afeito, dejo preparando café mientras sigo arreglándome. Volví a usar colonia desde que la conocí y me he vuelto a sentir joven. Me he vuelto a sentir como si tuviera 15 años. Después de desayunar voy al estudio y miro entre la pila de libros que está sobre la mesa. Hay de todo, cosas de ciencia que ni entiendo, cosas de filosofía que ni me interesan, cosas poéticas que se me hacen muy cursis. Agarro el primer libro a la mano, quizás el más vistoso, para poder llamar su atención. -¿Qué está leyendo ahora?- me pregunta usted a veces, con esa sonrisa que es tan cálida como el verano. Yo solo le muestro el libro, porque como ve, quizás ni sepa bien cuál fue el que escogí. Y usted sonriendo, sonriendo siempre, con esas miles de arrugas en sus ojos brillantes, hace cara de asombro porque no puede

La vendedora de galletas

Hazme tu puta. Tuya, solo tuya. Márcame, úsame a la hora que quieras. Es lo único en lo que puedo pensar mientras camino por la calle y te veo de pie, fuera del taller mecánico donde trabajas. Tus manos están manchadas con grasa de coche y las limpias distraídamente con una estopa. Hasta donde estoy me llega el olor del aguarrás.  Quiero esas manos en mí, sucias y resbaladizas. Quiero que toquen mi cara, mi cuello, mis senos, entre mis piernas. La idea es ahora casi una obsesión. Pienso en ti y en tu cuerpo a todas horas y cada vez termino sintiendo una frustración dolorosa. En ese momento me digo a mi misma que cuando te vea de nuevo, te diré las palabras que siempre he querido decirte.  Hazme tu puta. Pero los días pasan y cuando estoy cerca de ti, la voz se me atora en la garganta y nada sale. Hoy podría ser el día. Hoy todo podría cambiar. Sostengo con fuerza la canasta con las galletas que estoy vendiendo y camino decidida hacia ti. Tú me miras y una sonrisa leve se dibuja en tu b

La cuidadora

Cuando le dieron al bebé, aún tenía los ojos cerrados y estaba envuelto en una manta. María lo cargó sin sentir ningún tipo de apego o dulzura, como siempre lo hacía con todos los niños que había cuidado. Este sin embargo le producía una sensación molesta en el estómago. No había nada bonito en él. Era feo. Le molestaba ver sus profusos cabellos castaños, como apelmazados. Le molestaban sus llantos nocturnos, que la despertaban siempre a las 4 de la madrugada. Le molestaba su risita boba, la que hacía cuando el perro de la familia se acercaba a olerlo. María lo cuidaba de mala gana, día tras día, esperando que por arte de magia, el bebé desapareciera en el parque en uno de sus paseos. Pero el bebé seguí ahí, regalándole miradas tibias que a ella solo le provocaban asco. Deprimida, María solo esperaba terminar con este trabajo y pasar al siguiente. Con suerte, cuidar otro niño que no detestara.  Era una lástima que este bebé fuera su hijo.