Parte segunda-El lirio

Conforme el oráculo fué creciendo,los que lo rodeaban se daban cuenta de su singularidad e intrigados por ésta insólita condición dentro de la familia,seguían sus movimientos con atención.
Absortos vieron a mi abuela convertirse en un ser de lirio y de danza que caminaba por los portales.
Era simplemente etérea y estaba por completo desprendida de lo mundano y de lo lógico.
Paseaba por la casa de los macetones,con un albúm de fotos bajo el brazo,repleto de imágenes de galanes de moda del cine estadounidense,ella estaba lejos,muy lejos de su mundo de miseria,tan lejos,que se dió cuenta muy tarde que uno de sus tíos,harto de las chifladuras de la sobrina y de su levitación, había destruído el bromoso libraco.
Mi abuela volvió a tocar el piso esa tarde,solo unas horas,las necesarias para cortar uno por uno los trajes del tío famoso,hasta que éste solo tuvo unos viejos pantalones para ponerse y hasta que él mismo la encontró entre el reguero de retazos y pudo detener la carnicería.
La familia la comprendía a medias.
Pasaron mil cosas por alto,por ejemplo,la quema del Stradivarius en el hornillo,cuando mi abuela deseó darse una ducha caliente y no tenía nada a la mano,más que el suculento violín para crear un buen fuego.
Se acostumbraron a la tribu de desconocidos que le dedicaban versillos o le regalaban dulces para conquistarla,se acostumbraron a su silbar constante de tangos y de valses,se encantaron con su risa de labios rosas,con su piel de porcelana brillante,se enamoraron perdidamente,porque no había razón para no hacerlo.
Ella estaba aquí para eso.
Lo supieron todos y no trataron de entenderla más.
Era un lirio,algo tan fugáz,tan dulce,tan bello.
Fué mi abuela,mi madre,mi oráculo.
Pudimos tocar lo etéreo.



Comentarios

Patricia Fernández Miranda ha dicho que…
Hay algo mágico en la frase:"Mi abuela", la total apropiación de ese ser, como propiedad emanadora de ritos.
Mi abuela fue un ser muy especial, tenía premoniciones y conversaba con los muertos, pero su fuerte educación católica, no daba rienda suelta a esas relaciones espirituales.
Sentarme a su lado y escuchar las narraciones de simples anécdotas familiares, que con su verbo suave se convertían en fabulosas aventuras de cuentos de hadas, eran y aun hoy son mi mayor herencia.
Un abrazo.

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