El lector

Yo a usted la amo.

Tardo mucho en darme cuenta de las cosas más obvias, lo sé y le pido una disculpa. 

Mi rutina de todos los días siempre la incluye, eso sí. Me levanto a eso de las 8, me baño, me afeito, dejo preparando café mientras sigo arreglándome. Volví a usar colonia desde que la conocí y me he vuelto a sentir joven. Me he vuelto a sentir como si tuviera 15 años.

Después de desayunar voy al estudio y miro entre la pila de libros que está sobre la mesa. Hay de todo, cosas de ciencia que ni entiendo, cosas de filosofía que ni me interesan, cosas poéticas que se me hacen muy cursis. Agarro el primer libro a la mano, quizás el más vistoso, para poder llamar su atención.

-¿Qué está leyendo ahora?- me pregunta usted a veces, con esa sonrisa que es tan cálida como el verano.

Yo solo le muestro el libro, porque como ve, quizás ni sepa bien cuál fue el que escogí.

Y usted sonriendo, sonriendo siempre, con esas miles de arrugas en sus ojos brillantes, hace cara de asombro porque no puede creer que un viejo como yo, ande leyendo cosas tan extrañas.

Salgo rápido de la casa, con los pies tropezando por las ansias de verla.

Mi hijo fue el que me inscribió en el centro recreativo. 

-Hay muchas actividades para adultos mayores, papá, te puedes divertir- me dijo el muy descarado. Como si yo no pudiera decidir qué hacer o en qué ocupar mis días.

El enojo me duró hasta que un día fui nada más por pura curiosidad. Y ahí estaba usted. Ahí entendí el por qué de todo. 

Bendita la vida, bendito mi hijo necio que toma desiciones sin consultarme.

Yo la amo desde entonces. A usted. A sus ojos llenos de tibieza, a sus manos de lirio, un poco torcidas. Amo su olor de rosa y su cuerpo tan pequeño y tan frágil. 

Como usted me impactó (puede notarlo por mis palabras), me quise hacer el interesante. Y decidí que iba a ser uno de esos que se la pasa leyendo a todas horas. Saqueé mi biblioteca y aparecí aquí con un libro diferente bajo el brazo cada tercer día.

Usted es una mujer reservada y nunca me hace muchas preguntas sobre mis lecturas. solo pregunta por el título y luego se sienta no muy lejos de mi, en silencio. 

Yo a usted la amo y debo confesarle otra cosa. Vivo aterrado por el día maravilloso en el que decida acercarse a platicar conmigo. Descubriré que usted es mejor que en mis sueños, la mujer de todas mis fantasías. Nos miraremos a los ojos con fascinación y entonces usted me preguntará de todos los increíbles libros que he leído. 

¿Qué le diré en ese momento?

Tendré que repetirle que la amo una y otra vez, para distraerla. Y se lo repetiré todos los días en los que estemos juntos. Yo a usted la amo. Para que usted no me pregunte por los benditos libros, y así no descubra que se casó con un viejo al que ni le gusta leer.


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