La cuidadora

Cuando le dieron al bebé, aún tenía los ojos cerrados y estaba envuelto en una manta.

María lo cargó sin sentir ningún tipo de apego o dulzura, como siempre lo hacía con todos los niños que había cuidado. Este sin embargo le producía una sensación molesta en el estómago. No había nada bonito en él. Era feo. Le molestaba ver sus profusos cabellos castaños, como apelmazados. Le molestaban sus llantos nocturnos, que la despertaban siempre a las 4 de la madrugada. Le molestaba su risita boba, la que hacía cuando el perro de la familia se acercaba a olerlo.

María lo cuidaba de mala gana, día tras día, esperando que por arte de magia, el bebé desapareciera en el parque en uno de sus paseos. Pero el bebé seguí ahí, regalándole miradas tibias que a ella solo le provocaban asco.

Deprimida, María solo esperaba terminar con este trabajo y pasar al siguiente. Con suerte, cuidar otro niño que no detestara. 

Era una lástima que este bebé fuera su hijo.

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