Los monstruos

En la noche salían los monstruos. Seres llenos de pelo erizado, con grandes ojos rojos y garras afiladas. Acechaban sigilosamente las casas del pueblo, caminando en cuatro patas, buscando a sus presas.

Lucía casi podía escucharlos fuera de su ventana, olfateando con sus narices húmedas por cualquier indicio de vida. Asustada, se metía bajo las cobijas tibias y reconfortantes, buscando el alivio, tratando de dormir. Algunas noches lo lograba, otras no.

Por la mañana el pueblo se veía diferente, vivo y vibrante, la gente yendo a hacer sus mandados, riendo como si nada. Pero ellos eran adultos y no tenían nada qué temer. Los monstruos solo se llevaban a las niñas pequeñas como ella. Eso le habían dicho siempre en su casa. Por eso la noche para ella se transformaba en algo distinto, misterioso, insondable.

Porque detrás de todo el miedo que Lucía sentía, también tenía curiosidad. Y había noches en las que salía de la protección de sus mantas e iba a asomarse a la ventana. Todo lo que veía afuera era oscuridad y quietud, pero sabía que el monstruo estaba escondiéndose. Quizás detrás de los árboles frondosos, quizás en los establos del vecino, entre los caballos salvajes. Estaba ahí aunque no podía verlo.

Sin entender el por qué, Lucía era atraída a mirar más de cerca. Sal, parecía decirle la noche.

Y ella un dia, salió.

Se acercó caminando descalza al zaguán y abrió la puerta, solo un poquito. El frío de la madrugada era afilado, y su pequeño cuerpo temblaba en una mezcla de miedo y anticipación. Esperaba ver en cualquier momento los ojos rojos como la sangre, acechándola dentro de la negrura. El monstruo feliz y complacido de ver a su presa. 

Pero no, ahí afuera no había nada.

En su estómago, Lucía sintió una mezcla de alegría y decepción. Pero entonces, unos brazos poderosos la alzaron del piso y su mundo se sacudió. Unas manos ásperas como lijas, le tocaron la cara. Pero no eran garras. Y esos ojos negros que la miraban con avidez, no eran rojos. Eran negros e impenetrables y a Lucía le recordaban a la noche misma. 

El hombre echó a correr con ella en brazos, adentrándose en la oscuridad.

El monstruo la había atrapado.








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