El contratista

Al fin llegué, pensé mientras bajaba del camión en la vieja terminal de autobuses de Pachuca. Como siempre el olor conocido a estiércol y a sudor me golpeó la cara. Era cerca de la medianoche, yo estaba muerto de cansancio, solo pensaba en encontrar una cama dónde poder dormir unas horas para mañana seguir mi viaje hacia la Ciudad de México.
Aún adolorido por el largo camino, me monté en el primer taxi que ví pasar.
Al centro, al centro, creo que le dije.
Mientras avanzábamos, saqué de mi mochila los papeles que ya había revisado cientos de veces en los últimos 3 días. Si cerraba este contrato mañana, ya no tendría que seguir viajando por todo el país y al fin podría abrir mi negocio. La sola idea hacía que me temblaran las manos.  Yo ya no era un hombre tan joven, pero aún quería cosas. Mi casa, mi familia, mi negocio.
Iba pensando en esto, casi soñando y sonriendo, cuando de pronto el taxi se detuvo. 
-Ya llegamos- dijo el conductor señalando la calle
Atontado, le pagué y bajé del coche.
Por la hora, ya todos los locales estaban cerrados y la plaza estaba desierta. Decidí ir al Hotel de los baños, donde me quedaba siempre que pasaba por aquí. El lugar, aunque viejo y no tan limpio, era mi única opción, considerando mi presupuesto casi inexistente. 
Ahí me recibió el hombre de siempre, detrás del mostrador, hojeando un periódico y casi ignorando mi presencia.
-Solo queda un cuarto libre- gruñó- es el que ya sabe
Por primera vez en todo el día me sentí completamente despierto y alerta. Miré sobre mi hombro y mis ojos buscaron la puerta con el número 8.  Solo me había quedado ahí una sola vez y eso había sido suficiente. Recordaba esa noche de pesadilla como si acabara de vivirla. 
-No me puedo quedar ahí de nuevo- murmuré sacudiendo la cabeza
El hombre detrás del mostrador, más impasible que nunca, me extendió la llave.
-No tiene otra opción- dijo casi sonriendo
Volví a mirar hacia la habitación número 8, la luz que debería estar apagada se encendió de repente, a través de las cortinas lamentables.
-Lo esperan- dijo el hombre con una voz tan baja, que pensé que la había imaginado
Como un autómata tomé la llave que me era ofrecida y de pronto me encontré caminando hacia esa puerta de color rojo, con ese número 8 pintado a mano.
Al entrar, las luces se apagaron por arte de magia y una mano de dedos larguísimos me sujetó por el hombro. Mi respiración era tan irregular que sentía que podría ahogarme. Escuché el sonido chirriante de la puerta al cerrarse y luego la oscuridad total me cubrió. Sentí una mezcla de pánico y excitación, tal como la última vez que estuve aquí. Estaba atrapado de nuevo.

Desde su lugar detrás del mostrador, el guardia de seguridad observó con interés la habitación número 8, ya habían pasado varias horas desde que el hombre entró y ya nada se escuchaba. Despacio se puso de pie, se estiró y caminó hacía la puerta roja. Lo recibió una habitación común y corriente, con una cama aún tendida y una mochila sobre la mesa. La abrió sin mucho interés. 
Adentro solo había un montón de hojas en blanco.
























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